14 de septiembre de 2011

derechos de autor a debate

La UE aumenta de 50 a 70 años la protección de los derechos de autor de intérpretes musicales

EUROPA PRESS- Martes, 13 de Septiembre de 2011 -

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En principio parece tener mucho sentido, parece estar todo bien tal como se quiera hacer..., pero se plantea un serio debate: ¿quién lo paga y cuánto?

Es bien cierto que aunque 'a veces suena la flauta por casualidad', un artista invierte un tiempo para formarse, luego, un tiempo para pensar en una creación con pruebas y ensayos previos que pueden no dar ningún resultado, más tarde un tiempo para crearla, materializarla, darle forma definitiva y pulir sus imperfecciones, y un tiempo para darla a conocer, exponerla, enseñarla o enseñarnos a amarla.
El resultado es una Obra de Arte. Una obra que no sólo vale el material del que está hecha, ni tan sólo si le añadimos el tiempo que el artista ha invertido desde su gestación hasta su finalización, sino que vale todo lo que nos aporta como goce estético, como objeto único que nos alimenta el alma, nos emociona, nos involucra y nos hace partícipes del mundo de su creador.
Pero ¿cuánto vale todo esto?
Nada, para muchos, y poco para otros tantos. Algo más para los que se paran a pensar en el esfuerzo y en el resultado. También para los que lo comprendemos y, por supuesto, para otros artistas que empaticen.
Pero quizá vale demasiado para los fanáticos, obsesos y especuladores que se aprovechan de ello.
Naturalmente, podíamos vivir sin esa obra de arte antes de ser creada, pero una vez la hemos conocido, ¿hemos de permitir que nos quiten ese destello de felicidad que nos aporta sólo porque haya gente con suficiente dinero y poder como para comprarla y encerrarla en sus confines? ¿No deberíamos todos democráticamente disfrutar de esa maravillosa creación que enaltece nuestro espíritu o al menos poder decidir si queremos hacerlo o no?
En un museo se puede contemplar (en la radio se puede oír, en la TV se puede medio-ver y oír), pero no todo cabe en un museo, ni todo es móvil o tangible o inerte al momento de su ejecución (conciertos, instalaciones, teatro, danza, arquitectura, paisaje...), ni todo el mundo puede desplazarse a un museo o al lugar donde se está creando en ese momento. ¿Qué alternativas mejoran el hecho de tenerla allí?
La reproducción no es la obra en sí, pero nos acerca a ella como el espejo a nuestro ser externo. ¿Pero es lícito reproducirla? ¿Es lícito impedirlo y negarnos esa pequeña proporción de felicidad?
Quizá debamos encontrar ese punto intermedio entre el original y la nada. Quizá ese punto no es único, ni estable, ni independiente. Quizá lo deba marcar cada uno.
Aun así, el artista qué obtiene de todo ello: los derechos de autor. Unos derechos universales y eternos como son el reconocimiento mundial o, al menos, el de su pequeño universo de seguidores. Unos derechos económicos para pagar sus horas, su formación previa, su trabajo, su esfuerzo, su pasión, su intensidad emocional y su talento. Y unos derechos económicos para poder continuar su búsqueda y para amortizar su talento (¿aunque no es ése también su deber como artista en vez de enterrarlo? ¿no decía ya la Biblia que debía multiplicar los talentos para dárselos a su Señor? ¿o a su público?). Derechos y también deberes.
Derechos sí, pero ¿a qué precio? ¿Al que marca el valor de la parte que vende o al que lo marca de la que paga? ¡Equilibrio, por Dios!
Equilibrio estable, inestable, variable, flexible... No todos podemos pagar lo mismo, ni todos tenemos el mismo interés, ni todos queremos pagar lo que merece. Y mucho menos, pagar de antemano, ante una promesa de goce espiritual que no llegará: cada uno siente el Arte de cada obra de forma personal e intransferible. Y no hay reglas y sí muchas excepciones.
El único punto común es que hay que pagar: ¿algo, la voluntad, un mínimo, un canon...? No sé, pero sí sé que ni como para que unos nos arruinemos, ni como para que otros (y no sólo el artista, sino también los intermediarios, marchantes, especuladores, SGAE o quien sea) se hagan ricos a costa de nuestra sed de felicidad, de nuestra ansia de goce estético, de nuestra necesidad de emociones compartidas con alguien, el artista, quien alomejor únicamente quería crear esa conexión, sin que tantos otros la pervirtieran.

Y tú, ¿qué opinas...?

Manuel C