La Educación de una persona comienza en
el momento que despierta a la vida y es capaz de percibir el mundo que le rodea
y a sus semejantes; y continúa durante toda su vida.
Sus padres se encargan, por regla
habitual, de esos primeros años; para, enseguida, compartir responsabilidad con
la Escuela. Desde que se escolariza con 3 años hasta que acaba la
obligatoriedad a los 16, son muchos los años que compartirá socializándose con
otros niños y muchas las cosas que deberá aprender para seguir su vida de forma
autónoma, para que tenga suficientes criterios de decisión y capacidad de
mejora. Algunos siguen estudiando de forma reglada: Bachillerato, formaciones
profesionales, universidades… pero todos deberán saber gestionar su vida con lo
aprendido hasta el momento y saber continuar sus aprendizajes, sean del tipo
que fueren.
No es fácil preparar bien a cada
persona: todas son diferentes pero, en la Sociedad a la que pertenecen, todas
comparten un lugar, un momento en la historia y unos valores comunes.
Nuestra sociedad ha decidido que sus
vástagos se junten y aprendan a la vez conocimientos y valores. Ese lugar es la
Escuela (sea Infantil, Primaria o Secundaria), que será el campo de
entrenamiento para la vida: allí se realiza la principal transmisión de
conocimientos científicos, humanísticos, artísticos y culturales por parte de
especialistas, pero también es el lugar donde el niño –en su etapa de
crecimiento intelectual y emocional hacia la adolescencia- experimenta la
convivencia, la amistad, los conflictos y las pautas para su resolución
vigilado y asesorado por los mismos adultos que les enseñan, maestros,
profesores y psicopedagogos.
Sin embargo la Escuela no es el único
medio de educación de las personas. Otros actores entran en juego en mayor o menor
medida, desde los demás familiares, los amigos, los monitores de sus otras
actividades, los libros y los videojuegos, los medios de comunicación, los
mensajes publicitarios y subliminales y, cada vez más, Internet y sus redes
sociales. Los padres o tutores seguirán toda su vida siendo los principales
responsables y los encargados de dirigir sus indecisiones; pero la Escuela
sigue estando ahí, como referente, como orientadora, como equilibradora, como
estabilizadora de los valores que la Sociedad le ha encargado perpetuar y como
preparadora, incluso estimuladora, de los nuevos integrantes de la Nueva
Sociedad para que puedan llegar a mejorarla.
Estos ambiciosos objetivos de la
Escuela no son gratuitos. El Estado invierte mucho tiempo y recursos en la mejor
formación posible de los ciudadanos que habrán de tomar sus futuras decisiones.
La regla de tres no falla en cuanto que mayor y mejor inversión asegura mayores
y mejores resultados. Pero no es una ley matemática, los resultados no son
lineales, ni inmediatos, ni visibles a corto plazo, ni cuantificables con varas
de medir materiales. Una Sociedad no es sólo dinero, números, rankings económicos, PIB, renta per
cápita… también lo es cultura, tradición, sentimientos, herencia, historia,
comunidad. No queremos que nuestros futuros ciudadanos sean solamente eficientes
y eficaces, ambiciosos y capaces, queremos también que sean buenos en lo que
hacen y en lo que piensan, generosos, gregarios, solidarios, humanos. No olvidemos
que España no se define sólo como un estado de derecho, sino como un “estado
social y democrático de derecho”.
La Escuela ayuda a conseguir todo esto,
la Sociedad la dota en ese punto de equilibrio precario entre la inversión
–material y personal- y los resultados previsibles y constatables. No obstante,
no es perfecta ni es garante de conseguirlo. No olvidemos que hay 4 pilares que
la sostienen a la vez y que si falla uno solo el equilibrio se pierde, se
agrieta su unidad y la ruptura es progresiva.
Esos 4 pilares que cimientan el
edificio de la Escuela, en todas sus variantes son: los profesores y maestros,
así como los alumnos, por supuesto, sus madres y padres y la Administración,
entendida como conjunto de recursos materiales, económicos y humanos que
posibilitan el encuentro alumno-profesor, creación de espacios físicos, gestión
didáctica, cognitiva, humana y mantenimiento, con los medios y personal
necesarios.
Llegando el final de nuestro curso,
nuestras conciencias están tranquilas: todos los implicados hemos hecho nuestro
trabajo y lo hemos hecho bien. Los profesores hemos enseñado conocimientos y
valores, ideas y soluciones. Los alumnos han estudiado, se han esforzado y han
aprendido. Los padres los han ayudado, los han guiado, los han hecho crecer con
amor y con disciplina. Y la administración ha provisto los medios para que esto
fuera posible, aunque no todos. En conjunto, la Escuela sigue funcionando e
intenta mejorar poco a poco. Todos
queremos una Escuela de Calidad y todos trabajamos para mantenerla.
Es evidente que no hay más sordo que el
que no quiere oír, ni alumno que aprenda si no quiere, pero es el conjunto de
todos los factores el que posibilita que tras 13 años de su joven vida una
persona consiga ser persona. No depende de un solo factor, ni de un solo
recurso, ni de un solo pilar.
Estamos en un momento de recesión
económica, de crisis de valores, de recapitulación y de incertidumbre. Las
circunstancias hacen peligrar esa unidad de la Escuela y difuminan su
proyección de futuro. Igual que el corazón bombea sangre con más fuerza hacia
las piernas cuando hay que escapar de un peligro inminente, el Estado ha
decidido bombear dinero con más fuerza al sector financiero, sin pensar que esa
sangre que le quita al cerebro, a la Escuela, va a provocar una anoxia en la actual generación, con el presumible
riesgo que conllevará de merma mental-cognitiva-emocional y una deficiencia en
la preparación profesional e intelectual de estos niños y adolescentes.
La Escuela se resquebraja, es un
proceso que hace ya unos años que empezó, y no hay visión ni previsión de lo
que conlleva por parte de los responsables del cuarto pilar, la Administración,
la anterior y la actual. Ahora, se pretende dar equilibrio inmediato a otros
pilares de la Sociedad, pero está hipotecando su propio equilibrio futuro y las
posibilidades de mejora. Tal vez, en vez de correr, deba afrontar el peligro de
frente y matar a la bestia.